Yeshivá Virtual - El Velo Roto
8 de diciember de 2006

¡¡¡Saludos fanáticos de las velitas de Hanuka!!! ¡Bienvenidos a una más de sus interesantísimas, siempre imitadas, jamás igualadas, sesiones de la famosísima Yeshivá Virtual (todavía en el exilio, bu, bu, bu)! Unica en transmitir desde la exótica y congelante frescura gélida de mi cuartito ¡Hazte pa’ya pingüino gacho! ¡Orale!

En esta sesión exploraremos los misterios más ocultos, las profundidades más secretas y sorprendentes del “Paroket Roaj”, mejor conocido como “El Velo Roto” (¡Ooooooooohhh!!! ¡Qué interesante!). Listos o no, comenzamos:

Está escrito (Bereshit – Génesis 3:21):

“Y El Señor Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió.”

Este verso tradicionalmente ha sido explicado como el origen de los sacrificios de animales (¡Achis! ¡¡¿Qué?!! ¿Pos si no tiene nada que ver una cosa con la otra?). Acorde a esta explicación, Dios hubiera tenido que matar algunos animales en presencia de Adán y Eva para hacer las túnicas con sus pieles. Adán y Eva hubieran tenido que haber visto cómo lo hizo y entonces hubieran aprendido a matar a los animales ellos mismos y, de alguna forma, hubieran ido de un pensamiento a otro hasta concebir todo el ritual del sacrificio de animales, mismo que después aparecería en la Escritura por todos lados. Por supuesto nada de esto está en el texto y, honestamente, no tiene ningún fundamento. Lo comento para que no vayan a confundirse con esa interpretación superextraña cuando lean el resto de esta sesión, o sea, pa’ que no se vayan pal monte, porque volveremos a este verso más adelante.

Ahora, déjenme decirles que el tema de esta sesión es muy profundo y puede llegar a ser complicado, pero espero en Dios que podamos cubrirlo sin hacernos pelotas. Por eso es importante leer (y en mi caso, por supuesto, también escribir esta sesión) con cuidado para no confundirnos.

Pero bueno y ¿qué tiene que ver este verso con el fantástico tema del “Velo Roto”? ¿Por qué comenzamos con la porción donde Dios cubre al hombre con pieles de animales? ¿pos qué relajo es este tu? Ahhhhh, calma, calma, vamos por partes, comencemos por recordar un poco la forma en la que Dios ha venido interactuando con nosotros a través del tiempo. Es más, empecemos por la construcción del Mishkan o Tabernáculo, que Dios ordenó a Moisés construir en el desierto después de la salida de nuestros padres de Egipto.

El Tabernáculo tenía un diseño que Dios mostró a Moisés en una visión cuando subió al Monte (Deuteronomio 26:30). Este diseño está descrito en las Escrituras con todos sus detalles y, aunque es muy complejo de describir, consta básicamente de tres partes:

Después, una vez establecidos en Eretz Israel (la Tierra de Israel), Salomón mandó construir el Beit HaMikdash o Templo de Dios, en Jerusalén. Este Templo siguió el diseño exacto del Tabernáculo en dimensiones mayores, incluyendo el velo (uno más grande, por supuesto) bloqueando el acceso al Lugar Santísimo porque esta era su función. Así, Dios especifica esta función a Moisés cuando le da el diseño del velo diciendo (Shemot – Exodo 26:31-33):

“También harás un velo de azul, púrpura, carmesí y lino torcido; será hecho de obra primorosa, con querubines; y lo pondrás sobre cuatro columnas de madera de acacia cubiertas de oro; sus capiteles de oro, sobre basas de plata. Y pondrás el velo debajo de los corchetes, y meterás allí, adentro del velo, el arca del testimonio; y aquel velo os hará separación entre el lugar santo y el santísimo.”

Entonces queda clarísimo que la función del velo es hacer separación entre el Lugar Santo y el Lugar Santísimo, de tal forma que el acceso a la manifiesta presencia de Dios quede oculto, bloqueado, separado de todo lo demás, pero ¿por qué? La Escritura nos da una razón muy simple (Vayikrá – Levítico 16:2):

“Y El Señor dijo a Moisés: Di a Aarón tu hermano, que no en todo tiempo entre en el santuario detrás del velo, delante del propiciatorio que está sobre el arca, para que no muera; porque yo apareceré en la nube sobre el propiciatorio.”

¡Gulp! Entonces se trata de una medida de protección para la gente, donde Dios esconde Su Rostro de nosotros detrás de un Velo para que no muramos ante Su Presencia ¿es esto cierto? ¿La Presencia de Dios puede matar? ¡Claro! De hecho, cuando La Presencia de Dios descendió sobre el monte Sinaí, todos se espantaron tanto que le dijeron a Moisés “Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos” (Shemot – Exodo 20:19).

¡Orale! ¡Gulp!

Bueno, ahora va a parecer que voy a cambiar de tema, pero no es así, así que mantengan en la mente lo que acabamos de aprender.

En sesiones anteriores hemos platicado sobre el tema del “Rostro Escondido de Dios”. Hemos visto cómo incluso en las propias Escrituras se manifiesta este efecto, donde al principio Dios hace todas las cosas y se muestra abiertamente y, gradualmente, se va escondiendo del texto hasta que llegamos al Libro de Ester donde no se menciona a Dios por ninguna parte (si, leíste bien, en el Libro de Ester no hay mención de Dios por ningún lado), y sin embargo, El se encuentra en todo el texto.

De hecho, Dios nos habla abiertamente y en varias partes de la Escritura sobre este proceso de “esconder Su Rostro” de nosotros. Acorde a estas porciones, fueron nuestra insistente tendencia a apartarnos de El lo que lo hizo decidir “esconderse” de nosotros. Como está escrito (Devarim – Deuteronomio 31:18):

“Pero ciertamente yo esconderé mi rostro en aquel día, por todo el mal que ellos habrán hecho, por haberse vuelto a dioses ajenos.”

Entonces, si Dios habría de esconder Su Rostro, aquí la pregunta es: ¿Dónde? Ah, para encontrar la respuesta hay que volver a revisar cómo está hecho el Tabernáculo y el Templo, porque está escrito que todo en el Tabernáculo y en el Templo es como una especie de símbolo o maqueta de otra cosa que si es real. De tal forma que cada medida, cada instrumento u objeto, incluyendo el Arca de la Alianza, no tiene valor por si mismo sino que es únicamente una representación, una “sombra y figura” (Hebreos 8:5) de otra cosa que si es lo real ¿no es Dios tremendamente ingenioso?

Entonces, resulta que si revisamos el diseño del Tabernáculo y del Templo, lo único que hace una explícita separación entre nosotros y El Rostro manifiesto de Dios es (¿ya lo adivinaron?)... justamente... (ya no la hagas de emoción)... ah, pues El Velo que separaba al Lugar Santísimo.

Pero bueno, si acabamos de decir que todo en el Tabernáculo y en el Templo de Dios era un símbolo de otra cosa, entonces este Velo que separa y esconde la Manifiesta Presencia de Dios ¿qué representa? En otras palabras ¿cuál es el velo real tras el cual Dios esconde Su Rostro? La Escritura responde a esta pregunta claramente, veamos (Hebreos 10:19-20):

“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne

¡¡¡¿Qué?!!! ¿Entonces es la carne el velo? ¡¡¿Pero cómo...?!! Pues si mis queridísimos Talmudim (estudiantes de las Escrituras), así dice el verso y lo dice superclaramente. De aquí aprendemos que el acceso al verdadero Lugar Santísimo, esto es, a la verdadera presencia manifiesta de Dios y no al cuartito dentro del Tabernáculo o el Templo, está escondido, cubierto por un velo y este velo es la carne. De tal forma que nos es imposible ver El Rostro de Dios por nuestras propias fuerzas, cada vez que lo intentamos solo le damos vueltas y más vueltas al velo, porque la carne no puede acceder a la presencia de Dios, esto es imposible.

Ahora, este velo formado por la carne se extiende a través de todo en el universo que nos rodea, de tal forma que el universo mismo que percibimos viene a ser parte del velo. Para poder apreciar esto que estamos diciendo basta con hacer un experimento simple. Si intentamos subir al cielo para encontrarnos con Dios, y lo hacemos ascendiendo en algún tipo de nave espacial, nos encontraremos primero con la atmósfera y un montón de nubes, y luego el espacio exterior, pero a Dios nunca lo encontraremos porque estos cielos materiales no son sino únicamente parte del velo. Si viajamos por años y años, encontraremos galaxias y nebulosas y cualquier cantidad de otros cuerpos celestes, pero a Dios nunca lo encontraremos porque estamos buscando en el velo y El se esconde justamente detrás de este velo y no en el velo mismo. No podemos atravesar el velo y llegar a Su Presencia con naves espaciales porque estas representan nuestro propio esfuerzo, nuestra carne, y siendo que es justamente la carne el velo tras el cual se esconde Dios, pues terminamos dándole vueltas al velo sin ir a ningún lado, por más que viajemos y por mucho esfuerzo que le pongamos al viaje.

Este velo tiene su manifestación en las Escrituras a través de La Ley de Moisés. De forma que La Ley de Moisés, o Torah, viene a convertirse en un montón de reglas (613 mandamientos para ser exactos) que regulan todo en la vida por nuestro propio esfuerzo. Pero, al consistir en una lista de cosas que hay que hacer y cosas que no hay que hacer, su efecto se limita a la carne y los esfuerzos de la carne nunca podrán hacernos justos delante de Dios, ni nos permitirá verlo a El. Porque al moverse puramente en la carne, La Ley viene a ser también parte del velo. En otras palabras, la Ley viene también a ser “sombra y figura” de otra cosa y por si misma no tiene valor. Esto es lo que explica la Escritura cuando dice (Hebreos 10:1):

Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan.”

¿Ven cómo el texto dice que “nunca puede” por los sacrificios “hacer perfectos a los que se acercan? Por eso es que no tiene valor por si misma, porque nunca puede ser efectiva para perfeccionarnos y unirnos con Dios.

Sin embargo, el día que Jesús El Mesías murió en la cruz, ocurrió algo maravilloso, algo increíble y espectacular (Marcos 15:38):

“Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.”

¡HaleluYah! ¡Ya no tenemos que vivir de símbolos y figuras sino que tenemos acceso a lo real! ¡a lo verdadero! Ya no tenemos que andar por allí adivinando qué quiere decir esto o lo otro, sino que ahora tenemos acceso directo a la Manifiesta Presencia de Dios, para recibir todo lo que necesitemos y más, para conocerlo a El, para entenderlo y aprender directamente del Maestro. Porque al rasgar el velo, Jesús rasgó junto con él todo el universo, toda la carne, toda la materia, e hizo todas las cosas nuevas incluyéndonos a nosotros mismos. Por eso es que al recibir a Jesús en nuestros corazones hemos venido a nacer de nuevo, y ahora ya no somos carnales sino Espirituales, hemos venido a ser nuevas criaturas en un universo totalmente nuevo. Esto es lo que escribe Pablo cuando dice (2 Corintios 5:7):

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.”

Todas las cosas son hechas nuevas, todas. Esto implica la creación de nuevos cielos y a nueva tierra. Y también implica que nosotros, al ser “nuevas criaturas” ya no somos de este mundo carnal y material, sino que pertenecemos a un mundo nuevo, eterno, Espiritual, donde todo es para siempre. Y en esto tenemos nuestra confianza, en que Jesús venció a la muerte y resucitó, transformando Su Cuerpo en un cuerpo celestial, rompiendo la carne y mostrándonos las maravillas ocultas debajo, ocultas debajo de estas túnicas de pieles con que Dios tuvo que vestirnos cuando nos alejamos de El (¿se acuerdan del verso con el que comenzamos esta sesión?). Estas túnicas de pieles que representan nuestros cuerpos actuales.

Porque estos cuerpos que tenemos, los cuales no difieren de los cuerpos animales, no son los cuerpos que Dios tiene para nosotros. Sino que dentro de nosotros, dentro de esta carne animal, Dios ha sembrado esta semilla de esperanza, este “Hombre Interior” (2 Corintios 4:16) que se alimenta directamente de la Palabra de Dios y es fortalecido a través del Espíritu Santo, el cual no está restringido por la carne ni por las limitaciones de este mundo, sino que es Libre así como El Espíritu de Dios es Libre. Y así, mientras nosotros somos renovados en nuestra mente para poder creer y asimilar este proceso que está ocurriendo dentro de nosotros mismos, toda la creación es renovada conjuntamente con nosotros, manifestando en Cristo el camino que El mismo abrió en la cruz al romper Su Carne. Por eso Pablo explica (Romanos 8:21):

porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.”

Por supuesto que “la esclavitud de corrupción” que menciona este texto es la muerte, de tal forma que al hablar de “rasgar el velo” estamos hablando de destruir el poder de la muerte, el cual termina al matar el cuerpo, y de manifestar la Resurrección de los Muertos que es nuestra esperanza. Esta es la “libertad gloriosa de los hijos de Dios”, los cuales una vez resucitados no pueden más morir igual que Jesús resucitado tampoco puede volver a morir.

Al abrir Dios nuestro entendimiento a la esperanza que tenemos en Cristo, o sea tu resurrección y la mía, renovamos nuestra mente y nos purificamos a nosotros mismos. Como está escrito (1 Juan 3:2-3):

“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.”

Este es el proceso a través del cual Dios está removiendo el velo que tenemos en nuestros ojos, abriendo nuestro entendimiento a las cosas Celestiales que solo pueden ser alcanzadas a través de la Sangre de Jesús, a los misterios ocultos en el Corazón de Dios. Este proceso terminará con la manifestación plena de la obra que Jesús hizo en nosotros en la Cruz, y una vez resucitados no podremos más morir así como Jesús tampoco puede volver a morir.

Porque si el velo del Tabernáculo y del Templo escondían la manifiesta presencia de Dios, y nuestra carne es el velo real tras el cual Dios esconde Su Rostro, entonces ¿Se esconde Dios dentro de nosotros? ¡¡¡Exactamente!!! Dios mismo vive en todo aquél que ha recibido a Jesús en su corazón, porque, nuevamente, si el Tabernáculo y el Templo son figuras de otra cosa, entonces ¿qué representan? Y la respuesta es, nos representan a nosotros quienes hemos creído en Jesús, quienes también hemos venido a ser Templos Vivos no hechos por ningún hombre sino por Dios. Este es un misterio que Dios había ocultado detrás de nuestra carne: que El habría de manifestarse al Universo Entero a través de nosotros, ya no más por parábolas y figuras, sino abiertamente en estos últimos tiempos en que se cumple nuestra esperanza que tenemos en El. Como está escrito (Colosenses 1:26-27):

“... el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria,”

Por eso es que la Escritura menciona varias veces que ahora vemos todo “como por espejo”, porque lo que estamos viendo está ocurriendo dentro de nosotros mismos, y ¿cuál es la parte del cuerpo que siempre buscamos ver en el espejo? ¡Tu propio Rostro! En este caso, El Rostro de Dios reflejado en ti. Así, nosotros esperamos ver claramente a Jesús mismo reflejado en nosotros y esta es nuestra esperanza que nos renueva cada día. Como está escrito (2 Corintios 3:18):

“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.”

Esta transformación es la que anhelamos que ocurra con nosotros mismos, para que no muramos sino que seamos transformados vivos y veamos el regreso de Jesús. Este tema del espejo es muy profundo, por lo que lo dejaremos para explicarlo en otra ocasión porque vale la pena dedicar una sesión nada más para esto. Pero, baste decir que cuando esta transformación ocurra, todo lo que vemos en los cielos y en la tierra actual, los cuales ya hemos concluido que son también parte del velo, serán removidos, desechados como algo viejo, para dar paso a los Cielos Nuevos y Tierra Nueva que Dios tiene preparados desde antes de la fundación del mundo para nosotros, los que hemos recibido a Jesús en nuestros corazones. Todo aquel que tiene su esperanza en este mundo y sus riquezas obtendrá pérdida, porque todo lo que tiene pasará. Esta es una seria advertencia que El Señor nos hace para que no pongamos nuestro corazón en las cosas de este mundo, sino en las cosas de arriba porque así está escrito de este mundo (Isaías 51:6):

“Alzad a los cielos vuestros ojos, y mirad abajo a la tierra; porque los cielos serán deshechos como humo, y la tierra se envejecerá como ropa de vestir, y de la misma manera perecerán sus moradores; pero mi salvación será para siempre, mi justicia no perecerá.”

Pedro mismo nos lo vuelve a advertir diciendo (2 Pedro 3:11-13):

“Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia.”

Así, mientras nos acercamos al cumplimiento de todas estas cosas en nuestras vidas y en el mundo entero, esperamos con paciencia a que El cumpla Su Promesa, que habría de restaurarnos, de hacernos andar como El anduvo, de hacernos entrar en Su Reposo, en estos Cielos Nuevos y Tierra Nueva, en estas obras “aún mayores” que solo son posibles por el poder del Espíritu Santo y no por nuestras propias fuerzas. Preparémonos, busquemos El Rostro de Dios para que El crucifique nuestra carne, porque verdaderamente nadie verá El Rostro de Dios y seguirá viviendo para si mismo, sino que morirá a si mismo y encontrará la Vida Eterna que es en Cristo. Porque para nosotros, quienes hemos recibido a Jesús en nuestro corazón, Dios ya no se esconde detrás del velo, sino que abiertamente se muestra a nosotros y nos llama a que lo busquemos y lo encontremos, como está Escrito (Ezequiel 39:29):

Ni esconderé más de ellos mi rostro; porque habré derramado de mi Espíritu sobre la casa de Israel, dice El Señor.”

Encontrémonos con El, acerquémonos confiadamente por la Sangre de Cristo, vengamos a Su Presencia y aprendamos directamente de El, busquémosle de todo nuestro corazón, porque es el tiempo de encontrarnos con nuestro hacedor, con El Dios de Abraham, de Yitzak y de Yaakov, con aquel que es poderoso para darnos vida y para resucitarnos, y apresuremos el regreso de Jesús y la restauración de todas las cosas, para heredar herencia eterna entre los Santos en Cristo Jesús, Amén.