¡¡¡Saludos fanáticos del Kaporet de Rosh HaShanna!!! ¡Bienvenidos a una más de sus maravillosas sesiones de la famosísima Yeshivá Virtual (todavía en el exilio, bu, bu, bu)!!! Unica en transmitir cada que me acuerdo porque soy muy olvidadizo.
Hoy, después de mucho tiempo de no transmitir (esta es la segunda emisión del año ¿pueden creerlo?), vamos a tratar el famosísimo y controvertido tema del llamado “HaDodi”, que traducido del Hebreo significa “El Amado” (¡¿Pero cómo...?!!! ¡Hasta que tocamos este temaaaaaa!!! ¡¡¡Está buenísimooooo!!!). Bueno, entonces, sin más preámbulo, comencemos:
Está escrito (Daniel 10:11):
“Y me dijo: Daniel, varón muy amado, está atento a las palabras que te hablaré, y ponte en pie; porque a ti he sido enviado ahora.”
¿Se fijan qué saludo tan extraño? de hecho, Daniel es una de tres personas en toda la Escritura que son llamadas así por Dios, y por si fuera poco, unos pocos versos después de este El Señor repite el saludo como si fuera muy importante que Daniel pusiera atención en ello, miren como lo repite (Daniel 10:19):
“y me dijo: Muy amado, no temas; la paz sea contigo; esfuérzate y aliéntate.”
Pero ¿qué hay detrás de este saludo? ¿qué tiene de especial este saludo con la vida de Daniel? Sabemos que nosotros hemos venido a ser “muy amados” del Señor porque El mismo dio su vida en la Cruz por amor a nosotros, y sabemos que no hay amor más grande que este porque El mismo nos lo declara diciendo (Juan 15:13):
“Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.”
Entonces, si nosotros también hemos sido llamados “amados” y “amigos de Dios”, sabemos que el amor que Dios declara sobre Daniel no es mayor que el amor que El tiene para nosotros. Por lo tanto, de aquí aprendemos que este saludo es una señal, un mensaje que tendría que aplicar también a nuestras vidas, pero ¿cuál?
Una pista está en la declaración que Dios revela a Daniel justamente en este y los siguientes dos capítulos hasta el final del libro. En estos capítulos (10, 11 y 12), Dios revela a Daniel lo que habría de ocurrir al final de los tiempos y que está escrito en El Libro de la Verdad diciendo (Daniel 10:21):
“Pero yo te declararé lo que está escrito en el libro de la verdad.”
Daniel escucha y escribe todo lo que El Señor le dice poniendo muchísima atención pero, por más esfuerzo que hace, no le entiende. Entonces, de plano le confiesa al Señor que no le está entendiendo nada. La respuesta del Señor es muy interesante, veamos toda la escena (Daniel 12:8-10):
“Y yo oí, mas no entendí. Y dije: Señor mío, ¿cuál será el fin de estas cosas? El respondió: Anda, Daniel, pues estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin. Muchos serán limpios, y emblanquecidos y purificados; los impíos procederán impíamente, y ninguno de los impíos entenderá, pero los entendidos comprenderán.”
De hecho, unos cuatro versos antes, El Señor ya le había dicho a Daniel que “sellara el libro” porque lo que está escrito es para ser revelado al final de los tiempos. Veamos (Daniel 12:4):
“Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin.”
Bueno, después de este texto nos queda bastante claro que lo que está escrito en estos tres capítulos no puede ser entendido por el intelecto porque está “sellado” a la mente del hombre, o sea al esfuerzo humano, por lo tanto tiene que ser discernido por el Espíritu de Dios que mora en nosotros, de tal forma que ningún “impío” le entienda, pero aquellos que escuchen la Voz de Dios ellos sí comprenderán ¡ah verdad! Si Dios es Supersabio.
Además, también nos queda claro que ese “discernimiento” o “revelación” ocurrirá hasta el fin de los tiempos. En otras palabras, que es hasta estos últimos días que podremos comenzar a recibir de Dios y entender la explicación de lo que está escrito en estos textos sobre el regreso del Señor Jesús y el fin de los tiempos (¡Hum! Esto está muy interesante). O sea que todo tiene su tiempo, incluso hay un tiempo para recibir la revelación de estas cosas de tal forma que, cuando el tiempo sea el correcto, entonces Dios nos revelará todo.
Ahora vamos a ver a la segunda persona llamada “Amado”, de las tres que hay en toooooda la Escritura. Se trata del famosísimo y nunca bien ponderado, siempre imitado, jamás igualado, “Discípulo Amado”. El cual aparece mencionado en el Libro de Juan y que los HaJamim (Sabios) concuerdan con que se trata del mismísimo Juan hermano de Jacobo, uno de los doce apóstoles originales y autor de un Evangelio, varias cartas del Nuevo Testamento y nada menos que el Libro del Apocalipsis. De hecho es únicamente en los escritos de Juan donde se menciona el término “Discípulo Amado”, y también resulta que Juan, “el Discípulo Amado”, tiene un encuentro con El Señor muy semejante al que vivió Daniel y que resulta justamente en el registro del “Apocalipsis”, que literalmente significa “Revelaciones”.
Al principio de este Libro, el “Discípulo Amado” relata su encuentro con El Señor haciendo una descripción que es idéntica a la que hace Daniel del mismo. Aquí se los pongo para que los comparen y vean que se trata de la misma persona:
Esto es lo que escribe Daniel (Daniel 10:5-6):
“Y alcé mis ojos y miré, y he aquí un varón vestido de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz. Su cuerpo era como de berilo, y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego, y sus brazos y sus pies como de color de bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud.”
Esto es lo que escribe Juan (Apocalipsis 1:13-15):
“y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas.”
Ambos describen al Señor con un cinto de oro, su cabeza blanca (o como un relámpago), sus ojos de fuego, sus pies como bronce bruñido y su voz como un estruendo, de tal forma que nos queda claro que están viendo a la misma persona con todo y que estos dos encuentros tan similares ¡ocurrieron con cerca de 600 años de diferencia!
Ahora comparemos el efecto físico que estos encuentros provocaron tanto en Daniel como en Juan. Daniel describe este efecto como sigue (Daniel 10:8-10):
“Quedé, pues, yo solo, y vi esta gran visión, y no quedó fuerza en mí, antes mi fuerza se cambió en desfallecimiento, y no tuve vigor alguno. Pero oí el sonido de sus palabras; y al oír el sonido de sus palabras, caí sobre mi rostro en un profundo sueño, con mi rostro en tierra. Y he aquí una mano me tocó, e hizo que me pusiese sobre mis rodillas y sobre las palmas de mis manos.”
Este es el efecto que tuvo en Juan (Apocalipsis 1:17):
“Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último.”
Como podemos ver, ambos pasaron por la misma experiencia, ambos sintieron que morían y ambos fueron restaurados cuando El Señor puso Su mano sobre ellos, sobre estos dos hombres “Amados”. Sin embargo aún queda la pregunta ¿por qué tuvieron que pasar por esta experiencia donde ambos se sintieron morir antes de recibir la revelación del regreso de Cristo? La respuesta está en un verso de la Torah (primeros cinco libros de las Escrituras) donde Dios dice (Shemot – Exodo 32:20):
“...porque no me verá hombre, y vivirá.”
De tal forma que cuando estos hombres “vieron” al Señor viniendo con Poder, cayeron como muertos porque su carne, sus propias fuerzas, fueron incapaces de seguir manteniéndolos de pie delante del Rey de Reyes. Aquí es donde toda soberbia y todo orgullo es derrotado y muere, pero también aquí es donde nosotros encontramos la verdadera fuente de vida y la recibimos al ser levantados, como en la resurrección, por la propia Mano de Dios.
Ahora, después de que Juan tiene esta experiencia casi idéntica a la de Daniel, este “Discípulo Amado” también recibe la revelación de lo que habrá de ocurrir al final de los tiempos. Todo el libro del Apocalipsis es una revelación más detallada y complementaria a la revelación que recibió Daniel. De hecho, así como el Libro de Daniel termina “sellando el libro” (Daniel 12:4), la revelación del Libro de Apocalipsis comienza justamente abriendo un libro “sellado”, como si el Apocalipsis fuera una continuación del libro de Daniel, fíjense (Apocalipsis 5:1-5):
“Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y vi a un ángel fuerte que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos? Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni aun mirarlo. Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo. Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos.”
En otras palabras, acorde a este texto Jesús ha vencido para revelarnos lo que habló a Daniel y a Juan, esto es, el mismísimo contenido del “Libro de La Verdad” (Daniel 10:21). Porque obviamente este libro sellado mencionado en el Apocalipsis es el “Libro de la Verdad”, el cual está sellado al intelecto humano pero ahora es abierto para aquel que es verdaderamente Espiritual, aquel que escucha La Voz de Dios y dispone su corazón como un niño para desaprender y aprenderlo todo otra vez. Por eso es que solo Jesús puede abrir el libro, porque solo es en Jesús que tenemos acceso a todos los dones y toda la sabiduría y conocimiento de Dios. Este es el León de la Tribu de Judá que nos venció a nosotros mismos para abrir el libro de nuestro corazón de tal forma que El se manifieste al mundo en nosotros.
Continuando con lo que veníamos diciendo, hemos aprendido que es al “Discípulo Amado” a quien El Señor revela sus misterios y sus más guardados secretos. Esta es una señal y un mensaje para nosotros. Pedro mismo se da cuenta de esto y decide consultar al “Discípulo Amado” para que sea él quien le pregunte quién habría de traicionarlo. Veamos la escena (Juan 13:23-25):
“Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús. A éste, pues, hizo señas Simón Pedro, para que preguntase quién era aquel de quien hablaba. El entonces, recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: Señor, ¿quién es?”
Es a el “Discípulo Amado” a quién Jesús le revela quién lo habría de traicionar, y probablemente hubiera sido él el único en toda la reunión en darse cuenta de quién era este traidor, justamente porque estaba “recostado cerca del pecho de Jesús” escuchando Su Corazón.
Sin embargo, el punto al que queremos llegar es que El Señor nos ha dado en este “Discípulo Amado” una señal para estos últimos tiempos. Esto queda evidente en la plática que Pedro tiene con Jesús después que Jesús resucitó. Ambos van caminando por la playa y entonces ocurre esto (Juan 21:20-22):
“Volviéndose Pedro, vio que les seguía el discípulo a quien amaba Jesús, el mismo que en la cena se había recostado al lado de él, y le había dicho: Señor, ¿quién es el que te ha de entregar? Cuando Pedro le vio, dijo a Jesús: Señor, ¿y qué de éste? Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú.”
¡Wow! O sea que este “Discípulo Amado” será quien quede hasta que El Señor regrese. Obviamente no se estaba refiriendo a Juan, porque sabemos que Juan murió, pero ¿qué pasaría si resulta que Juan mismo es un símbolo profético de una última generación? ¿de la generación que ha de recibir al Señor? Porque el propio nombre de Juan (“Yohanan” en Hebreo) significa “El Señor da Gracia” y esta generación recibirá más gracia de Dios que ninguna otra antes de ella ni después, de tal forma que esta generación no morirá sino que será transformada viva para poder recibir al Señor, tal como nos explica Pablo (1 Corintios 15:51-52).
Pero para recibir esta revelación, el contenido del “Libro de la Verdad”, tendríamos que tener una visitación similar a la que tuvieron Daniel y Juan ¿no? De tal forma que este libro nos sea abierto y revelado delante de nuestros ojitos y le podamos entender, sin andar con tantas teorías locas que luego nos decepcionan terriblemente. Y, bueno, para quien pueda recibirlo, Dios nos ha dejado un aviso de esta visitación, inclusive llamándonos “Amados” como llamó a Daniel y a Juan. Este “aviso” se encuentra en la tercera carta de Juan.
La tercera carta de Juan es una de las pocas que no están dirigidas a toooooda la Iglesia de algún lugar, sino a una persona en particular (es muy cortita, apenas de 15 versos de largo). Pero para poder recibir su mensaje vamos a tener que batallar un poco con las ideas preconcebidas a través de los siglos sobre esta carta, y comenzar a ejercitar esto de “discernir” con el Espíritu el texto y su redacción. La carta comienza diciendo (3 Juan 1:1):
“El anciano a Gayo, el amado, a quien amo en la verdad.”
Justamente porque comienza diciendo “El Anciano” se ha concluido que Juan estaba superviejito cuando escribió esta carta. Pero si leemos atentamente nos daremos cuenta que Juan no puede ser este “Anciano” que está escribiendo, sino que está haciendo referencia al “Anciano de Días” (Daniel 7:9) quien es Dios mismo. Porque unos versos más adelante dice (3 Juan 1:4):
“No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad.”
Estos “hijos” no son los hijos de Juan como la creencia popular dice, ni tampoco se trata de hijos Espirituales, sino que son los Hijos de Dios, por lo cual este “Anciano” no puede ser Juan tampoco, sino que Dios mismo está hablando proféticamente a nuestras vidas a través del texto.
Ahora, “Gayo”, en latín “Gaius” (ojo, este nombre NO esta en griego sino en latín), significa “Gozo”, por lo cual sabemos que está hablando al “Gozo del Señor”, o sea nosotros. Porque Jesús sufrió la Cruz por “el gozo puesto delante de El” (Hebreos 12:2), y sabemos que este “gozo” somos nosotros, por quienes El dio la vida y en cuyos corazones El vive. De tal forma que podemos concluir que El Señor nos está hablando a nosotros directamente en esta carta, incluso llamándonos “Amados”.
De aquí concluimos que la carta está dirigida a nosotros. Y si esto es así, entonces también el final de la carta está dirigido también a nosotros, a cada uno de nosotros en lo particular, diciendo (Juan 1:13-14):
“Yo tenía muchas cosas que escribirte, pero no quiero escribírtelas con tinta y pluma, porque espero verte en breve, y hablaremos cara a cara.”
Amén, Amén VeAmén, Así sea.
Reciban este mensaje de esperanza y que El Señor nos visite, que hable cara a cara con cada uno de nosotros, que nos abra los ojos y nos muestre Sus Maravillas, Sus Milagros, pero sobre todo... Su Corazón, a cada uno de nosotros en lo individual, VeShem Yeshua HaMashiaj, Amén.